miércoles, 21 de noviembre de 2012

CUANDO NO HAY NADA QUE DECIR ( y algo que hacer)



CUANDO NO HAY NADA QUE DECIR (y algo por hacer)

Hace unos días asistí a la misa de cenizas del hijo de un amigo, tan solo tenia 22 años y murió repentinamente, por la noche en su casa.
 
Como bien dicen si pierdes a tu conyugue eres viudo o viuda, si pierdes a tus padres te conviertes en huérfano pero perder a un hijo...¿Cómo rayos se le puede poner nombre a esto?
Sobrepasa el entendimiento y desde luego es algo nunca esperado y pocas veces imaginado. Ante los dolientes no se puede decir mucho en el momento, no es válido decir “te entiendo”, o “sé por lo que estas pasando”, porque no es cierto.  Lo que si podemos ofrecer es un abrazo sincero, expresar lo mucho que lo sentimos y acompañarlos, pero esto parece muy poco.
 
En esta misa ofrecí mis condolencias al papá, quien es un buen amigo con el que desde hace varios meses no platicaba por nuestras diferentes tareas y trabajos. Al vernos nos dimos un sincero abrazo, él me llamo de la forma singular en la que solo él lo hace cuando se refiere a mi y con una mirada de resignación y dolor me dijo: “esto esta verdaderamente duro, pero más me preocupa lo que sigue, porque sé que el camino será largo”.
 
Nada en la vida nos puede preparar par algo así, no podemos entender el porqué, ni los tanatólogos, humanistas, científicos o sacerdotes nos pueden explicar de alguna forma lógica que hacer para que este tránsito del profundo dolor, del paralizante miedo a cómo continuar sin un ser querido sea mas rápido o menos doloroso. ¿Cómo hacer para que la herida recientemente abierta se convierta en cicatriz?
 
Los que no somos parientes consanguíneos lo que SI podemos hacer es tratar a esos amigos como siempre, sonreir, saludar, invitar a platicar y salir, convivir estando juntos. Sólo tocar el tema si ellos lo abordan primero, no verlos con cara de tristeza o abrazarlos al saludar si antes no lo hacíamos; mucho del recuerdo del dolor y la permanencia del mismo en las vidas de los dolientes sucede cuando pasadas varias semanas o hasta meses al verlos de nuevo expresamos nuestro dolor (que nunca será mayor que el de ellos), abordamos el tema y les  preguntamos ¿Cómo estas? ¿Cómo te sientes? cuando sabemos perfectamente la respuesta.

  Recuerdo tanto las palabras de un amigo a quien respeto y admiro profundamente quien pasó por lo mismo y me dijo: “La gente me ve diferente, me trata con lástima y al ver sus caras no puedo más que pensar en mi dolor. Mi reto es mantener a mi familia unida, porque estadísticamente las familias que pierden un hijo dentro de los primeros 15 años de matrimonio tienen severos problemas para mantenerse unidos”  Su sabio enfoque, documentarse  y el aceptar, en lugar de querer entender el comportamiento de sus seres mas queridos lo mantiene en el éxito familiar.
 
Aunque sea imposible de sentir en esos momentos,  sabemos y debemos de tener la certeza que la vida seguirá y algún día se aprende a vivir con ese dolor y se vuelve parte de la vida. Al final nos quedará la huella, la cicatriz  que siempre estará ahí. Pero estoy seguro que volverán a sonreir, a continuar con los planes por los seres amados que siguen en este plano de vida.
 
En el caso del fallecimiento del hijo de mi amigo lo único lógico que he escuchado es lo que dijo el padre al final en su misa, “El se tuvo que ir porque este planeta , el lugar donde nosotros vimos ahora no es un lugar para los ángeles”